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En 1933, el escritor argentino Eric Pixton emprendió un viaje singular por el río Uruguay, desde San Isidro (Buenos Aires) hasta Misiones, acompañado por su amigo norteamericano Bill Cooper. A bordo del Lybo, una canoa alemana desarmable de lona engomada, los viajeros recorrieron más de 1.200 kilómetros sin asistencia mecánica. “Zarpamos el día de San Patricio (marzo 17) en una canoa de lona engomada, con la ambición de llegar a Misiones por el río Uruguay, sin ayuda mecánica alguna”, escribió Pixton en su libro De Buenos Aires a Misiones en canoa (1936).
El viaje tuvo un carácter exploratorio y documental. Pixton registró las condiciones naturales, sociales y culturales de los territorios ribereños, observando tanto la vida rural como las instituciones locales. Se asombró de la hospitalidad de los ribereños, de los marineros y de los habitantes de los distintos pueblos que fue visitando, asi lo describe en su libro: “La generosidad de los paisanos y de los marineros de la prefectura en todo el río Uruguay, en ambas orillas, impresionó muy bien a mi amigo norteamericano”.
En Alvear (Corrientes) los marineros le ofrecieron comida cuando llegaron, ellos “estaban almorzando cuando llegamos… se adelantaron dos de ellos, correntinos ambos, con sus propios platos, para compartir con nosotros la comida. Como nosotros titubeáramos en aceptar, ellos insistieron firmemente pero sin afectación; nosotros procedimos de muy buena gana a comer el guisado de arroz y carne que se nos ofrecía”.
Durante el trayecto, describe la experiencia de navegación y la precariedad de los medios empleados: “Había algo tan atrayente en todo aquello de remar a pala y andar a vela aguas arriba de enormes vías fluviales, en una frágil embarcación… en aquella exploración de lo desconocido en nuestra propia época”.
Tras atravesar Corrientes, los viajeros ingresaron al sur misionero por el arroyo Chimiray. Allí Pixton ofrece una de las primeras descripciones detalladas del paisaje de Misiones realizadas por un viajero contemporáneo: “Cruzando el arroyo Chimiray hacia Misiones del sur, prevalecen las mismas condiciones geográficas hasta una hilera de sierras bajas que… forman dos cuencas que desaguan, una en el Alto Paraná y la otra en el Alto Uruguay”.

En su paso por Apóstoles, el autor describe la influencia jesuítica y el predominio de inmigrantes de Europa del Este: “Apóstoles… es hoy día el centro bancario y ferroviario del sudeste de Misiones y del nordeste de Corrientes y es además el centro comercial de la gran colonia polaca… La ciudad deja en el forastero una impresión de ‘rojez’. Los caminos de tierra son muy rojos y las casas construidas con ladrillos rojos”.
En este contexto rural y fronterizo, Pixton consigna una curiosa anécdota sobre la leyenda del lobizón, profundamente arraigada en el imaginario popular del nordeste argentino. Relata que en una de las colonias polacas conoció a un hombre de aspecto extraño, de rostro anguloso y mirada inquieta, al que los vecinos temían y evitaban. Lo llamaban “el lobizón”, convencidos de que se transformaba en las noches de luna llena. Pixton relata: “Conocimos un inmigrante polaco, de grandes barbas, que tenía la reputación de ser un Lobizón, y el pobre hombre era generalmente esquivado”.
Luego nos cuenta que estuvo alojado en la casa de un poblador de Apóstoles: “Antes de regresar a Buenos Aires, pasé varios días en Apóstoles, en casa del señor Mario Bignamini, gerente de la tienda Itatí, y también visité Azara y Posadas”. También relata que compartió un té con algunos políticos que habían sido protagonistas de una rebelión durante la dictadura de Uriburu, el primer golpe de Estado ocurrido en la Argentina en 1930. Pixton escribe: “En Apóstoles tomé el té en casa de unos políticos que habían estado exiliados en Garruchinhos, Brasil, frente a Garruchos, después de que se tomara por la fuerza un pueblecito de Misiones, en la rebelión de 1931 contra el gobierno provisional del general José F. Uriburu”.
Veinte kilómetros más adelante llega a Azara, el punto más septentrional de Misiones. Allí describe un hecho singular y digno de rescatar: “Azara es una aldea polaca en el sur de Misiones, cerca de Apóstoles, con dos iglesias polacas: una griega ortodoxa y la otra católica apostólica romana. La aldea está rodeada de pequeñas chacras. Los polacos son aún pobres, con una o dos excepciones, a pesar de que la tierra valía dos pesos la hectárea cuando ellos llegaron”. Los colonos de Azara continuaron viviendo a pequeña escala en sus chacras, tal como lo hacían en su país de origen. Pixton resalta el papel fundamental de las mujeres en las tareas productivas de la chacra, visibilizando su participación activa en la economía local: “Se ve a las mujeres manejar sus carros rusos, llenos de legumbres y frutas, para ser vendidas en los mercados”.
También ofrece una descripción detallada de la manufactura del carro polaco: “Estos carros son largos, en forma de ‘V’, de trocha angosta y hechos de madera, pudiendo desarmarse fácilmente para facilitar el transporte a través de arroyos desbordados”. Por último, menciona a un colono que logró prosperar en la zona mediante el cultivo de arroz: “Miguel Zubryeski, cabeza de la colonia polaca, es un hombre rudo y ceñudo que se ha levantado por sus propios esfuerzos; es emprendedor y poseedor de cualidades genuinas”.
Pixton dedica varias páginas a Posadas, entonces capital del Territorio Nacional de Misiones, destacando su posición estratégica: “Posadas… está situada en el río Alto Paraná, frente a la ciudad paraguaya de Encarnación… con 30.000 habitantes, es la capital del Territorio Nacional de Misiones, algunos de cuyos pobladores claman para que sea hecha provincia”. Su descripción incluye referencias históricas a la Guerra de la Triple Alianza y al origen del nombre de la ciudad.
Antes de regresar a Buenos Aires, el escritor confiesa su anhelo de volver algún día, de hallar en la tierra colorada un modo de vida más auténtico: “A la colonia Gelabert [Garabí] veía yo la solución a mi ansiedad de una nueva vida vivida bajo la bóveda del cielo… viviría feliz a mi manera, con mi china, mi mate, mi tapera y algún modesto progreso, alejados de los aspavientos de la gran urbe”.
El viaje de Eric Pixton no culmina con la llegada a Misiones: culmina con una revelación. En las márgenes del Alto Paraná encuentra, quizá sin saberlo, una síntesis del país y de sí mismo. “El mejor galardón que hemos obtenido de nuestra hazaña es haber conocido un poco mejor a nuestra querida tierra”.
