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Germán Dras es el seudónimo de Germán de Laferrere quien vivió una década en Misiones entre finales de los años 20 y 30 del siglo pasado. Según Kaul Grünwald, autor de la insuperada “Historia de la literatura de Misiones”, Laferrere aparentemente “rivalizaba con Horacio Quiroga”[1]. Cierto es que sus cuentos, en especial los “… del alto Paraná” se asemejan en la temática y escenografía, a los del autor uruguayo, pero Laferrere tiene un estilo y un paradigma propio. Para Javier Arguindegui sus “obras [son] injustamente poco difundidas”[2], opinión con la que coincidimos plenamente.
Lo cierto es que en la literatura de Laferrere, quien vivió en San Ignacio de modo contemporáneo con Quiroga, se mezclan escenas reales e imaginarias, un poco de relato autobiográfico con un poco de literatura regional paisajística y reflexiva. En una ocasión Laferrere relata una circunstancia vivida, que es casi un testimonio sobre Quiroga, lo hace como un “contertulio” en el cuento titulado “El señor del Tabaí”, relato fechado en “Teyucuaré 1935”. El motivo de la narración es muy diferente a la contextualización inicial que Laferrere hace en esta obra literaria-histórica. En su introducción describe una escena en la que de pronto roba protagonismo la figura de Horacio Quiroga, tal vez la pluma de Laferrere se dejó llevar por el magnetismo de su vecino o tal vez el cuento le dio la ocasión de poder deslizar una postal humana desconocida del famoso Horacio Quiroga. No lo sabemos a ciencia cierta, aunque tenemos una opinión formada sobre la autenticidad del relato.
Proponemos entonces reflexionar sobre esta estampa tan real pero a la vez tan incierta, imagen poco conocida de Quiroga, discernir a partir de lo que conocemos del autor de los mensú, la gallina degollada, las medias de los flamencos y tantos otros cuentos que dejaron indelebles imágenes en nuestra imaginación juvenil. Probablemente reconozcamos a un Quiroga real descripto por un colega o quizás sólo a uno imaginario… pero sin duda el retrato que pinta de él Laferrere bien vale ser tenido en cuenta ya sea por muy inspirado o por bien narrado. He aquí la perlita:
“En las tertulias de la “Pensión Dix” y en las reuniones que se realizan sobre todo en las noches de los sábados alrededor de las mesas del amplio bar, suelen contarse pintorescos episodios, corregidos y aumentados, ocurridos en obrajes o yerbales de las cercanías de san Ignacio y cuyos protagonistas, son casi siempre personas conocidas. No escasea el tema, especialmente cuando concurren al bar aquellos hombres, colonos y yerbateros, negociantes, artistas y contrabandistas, un poco viejos ya, cuyas propias hazañas dieron espeluznantes motivos a la literatura torturada de Horacio Quiroga. Como por ejemplo el tuerto y manco Vandendorp, que perdió su mano y su ojo en el fondo de un pozo al explotar la dinamita que su hermano había colocado, encendiendo la mecha en su ausencia una hora antes. O el silencioso Brun, que vino a San Ignacio por solo tres horas y se quedó treinta años, y que una noche, habiéndose acabado las bebidas alcohólicas del bar, se bebió, junto con su amigo Rivet, el alcohol carburado del la lámpara del salón, muriendo Rivet por esta causa. O Isidoro Escalera, de cara zorruna, uno de los primeros pobladores de la región, relator inagotable de aventuras, de todos los animales de la selva. O el pintor Giambiaggi, protagonista de mil situaciones originales. O a veces, cuando se cansa de la soledad, el mismo Quiroga que aparece asomando su aquilino perfil entre una maraña de pelos grises. Quizás sea este el más interesante de los contertulios. Sus ojos claros solo se levantan para dirigir una mirada dura o saludar fríamente; camina con pasos rápidos y todos sus movimientos indican que su flaco y menudo cuerpo está forrado de músculos recios; sin saco ni sombrero, viste camisa y pantalones blancos y corbata oscura con el nudo mal hecho. Durante los primeros momentos mantiene su clásico aspecto osco y contesta secamente a las preguntas de sus amigos, pero toma una copas y comienza a sonreír, después hace chistes y ríe ya con franca alegría moviendo la cara con toda clase de visajes, y termina pronunciando discursos en francés parado sobre una mesa o bailando con algún otro barbudo tan alcoholizado como él y como todos los demás.”[3]
[1] Kaul Grünwald, Guillermo. Historia de la literatura de Misiones. Posadas: EdUNaM, 1995. p.137
[2] Arguindegui, Javier. Posadas. Diario El Territorio. Miércoles 6 de enero de 2010.
[3] Laferrere, Germán de. Cuentos del Alto Paraná. Buenos Aires: El Ateneo, 1950.